Capítulo 1: “Entre costuras”

Capítulo 1: Entre costuras

El destino tiene agujas propias.

Amelia aprendió a coser por capricho, entre sedas que susurraban secretos de Milán y terciopelos que guardaban la memoria de palacios. Sus dedos, acostumbrados a la perfección, danzaban sobre telas que costaban más que el salario de un mes. En su ático de cristal, donde la luz dorada se filtraba como miel, cada puntada era una caricia al tiempo.

León aprendió por supervivencia. Sus manos, curtidas por la necesidad, remendaban uniformes desgarrados bajo la luz parpadeante de una bombilla desnuda. En su taller de dos metros cuadrados, entre máquinas oxidadas y retales olvidados, cada puntada era una batalla contra el hambre. Los hilos baratos se le escurrían entre los dedos como arena, pero él los domaba con una precisión que habría hecho llorar a los maestros.

El mercado de San Telmo era un laberinto de voces y colores donde los mundos no debían tocarse. Pero el amor no entiende de fronteras.

Fue un martes de lluvia fina cuando sus ojos se encontraron por primera vez. Ella examinaba una gorra de lana burda, sus dedos reconociendo inconscientemente la calidad del tejido. Él ajustaba el precio de sus camisetas de algodón, fingiendo no notar cómo la luz jugaba con el cabello castaño de la desconocida.

Cinco metros. Dos mundos. Un abismo.

No intercambiaron palabras. Las diferencias gritaban más fuerte que cualquier conversación. Ella, con su abrigo de cachemira y sus zapatos de diseñador. Él, con su camisa remendada y sus manos manchadas de tinta. Pero en ese silencio cargado de electricidad, algo se despertó. Una chispa. Una locura. Una imposibilidad hermosa.

Cuando ella se alejó, León sintió que se llevaba una parte de él. Cuando él desvió la mirada, Amelia supo que había dejado algo de sí en aquella esquina polvoriente.

Esa noche, ella no pudo dormir. Sus manos buscaron hilo y aguja como quien busca refugio. Bordó una rosa diminuta en el dobladillo de una blusa blanca. Una rosa que nadie vería, pero que existía. Como su sentimiento. Secreto. Prohibido. Real.

Esa misma noche, él trabajó hasta el amanecer. Grabó a mano, con cuidado infinito, una pequeña "A" en la etiqueta interior de una camiseta. Una letra que solo él conocía. Un nombre que no podía pronunciar. Un amor que no podía confesar.

Al día siguiente, la blusa apareció en la boutique más exclusiva de la ciudad. La camiseta, en el puesto de un vendedor ambulante.

Ambos lo supieron. Lo sintieron. Como si el universo conspirara para unir lo que la sociedad empeñaba en separar.

Cada prenda se volvió una carta de amor cifrada. Una puntada extra aquí, un color específico allá. Un mensaje en clave morse bordado en el interior de un saco. Una constelación diminuta tejida en el puño de un suéter.

Solo ellos podían leer ese idioma secreto. Solo ellos sabían que detrás de cada creación latía un corazón que buscaba al otro a través de hilos y telas.

La ciudad se llenó de sus confesiones silenciosas. En escaparates elegantes y mercados populares. En redes sociales donde influencers lucían piezas sin saber que llevaban puestos fragmentos de un amor imposible.

LOVE no era solo una colección. Era una revolución íntima. Una rebelión bordada punto por punto.

Era la prueba de que el amor siempre encuentra su camino, aunque tenga que escribirse con agujas y susurrarse con telas.

Porque hay amores que no se pueden decir. Solo se pueden coser.

Capítulo 1: “Entre costuras”